LOS CONCIERTOS DE LA MERCED I

Música Scotica

Orpheus Musicus (quinteto)

Sábado, 26  octubre 2024

Hora: 19:30

Lugar: Monasterio de la Merced, Raíces

Entrada gratuita.

Para acudir al evento será necesario llevar invitación. 

Las invitaciones se podrán recoger en las bibliotecas públicas municipales de Piedras Blancas y de Salinas, del 21 al 25 de octubre, hasta completar aforo.


Intérpretes:

Sergio Suárez, violín y dirección

Irene Martínez Sevilla, violín

Manuel de Moya, cello

Manuel Minguillón, tiorba y guitarra barroca

Alberto Martínez, clave

 

“Música celta” es una etiqueta comercial del siglo XX aplicada a un género inspirado en la tradición musical de ciertas regiones del llamado Arco Atlántico. Las más conocidas son Irlanda y Escocia, pero esta etiqueta también incluye músicas provenientes de la Bretaña francesa, la Isla de Man, Cornualles, Gales, Galicia y Asturias. La música celta actual no es puramente etnográfica, sino resultado de una combinación de elementos tradicionales con otros provenientes del pop, del rock o de otras  músicas del mundo (por ejemplo, es habitual incorporar el buzuki, un instrumento tradicional griego). Esta “música celta” se suele asociar con paisajes verdes, costas escarpadas y seres mitológicos que habitan en los bosques, y es habitual encontrarla como banda sonora de películas o videojuegos de fantasía.

Mucho antes de que existiera este concepto, ya desde mediados del siglo XVII, encontramos un fenómeno similar en la música de cámara y el mercado de partituras británico. Respondiendo a la demanda de los aficionados por acceder a música fácil de interpretar y agradable al oído, con esquemas pegadizos y estribillos que pudiesen ser tarareados, algunos compositores y editores musicales exploraron la sonoridad del folclore de aquellas islas, con gran éxito comercial. Un ejemplo bien conocido es The English Dancing Master (El maestro inglés de danza, 1651), publicado por el editor londinense John Playford. Esta antología de canciones y bailes campesinos, destinada al entretenimiento doméstico, fue objeto de numerosas reimpresiones en las décadas siguientes. Se trataba de un síntoma evidente de la rápida difusión de la práctica musical entre las clases medias, resultado a su vez del auge comercial británico (de hecho, en 1695 Londres era la mayor ciudad europea, con 575.000 habitantes y un puerto clave para la economía mundial). Desde finales del siglo XVII fueron ganando terreno en aquel mercado las melodías y esquemas de improvisación procedentes de Escocia e Irlanda.

Los compositores formados en la tradición culta las fusionaron con géneros de música de cámara, como la sonata para violín, la suite o la cantata, que ya contaban con sus propias convenciones formales y estilísticas. El folclore de aquellas tierras nubosas fascinaba a los aficionados por sus ritmos bailables, canciones suaves y armonía modal, además de un particular estilo de ornamentación. No eran menos importantes los textos líricos, que generalmente transportaban al oyente a ambientes románticos en el doble sentido de la palabra: paisajes grises con castillos en ruinas y acantilados en los que sucedían encuentros amorosos. No obstante, también encontramos letras con toques festivos o burlescos. Y es que, al igual que la música celta actual, estos arreglos de música enfatizaban unas veces el carácter contemplativo y melancólico de ese repertorio tradicional, y, otras, el virtuosismo, velocidad y frenesí de sus danzas. En suma, el enorme éxito de la música de cámara de inspiración escocesa invita a reflexionar sobre cuánto le debe la música culta a la popular e, incluso, sobre si tiene sentido separar ambas. Como escucharemos a través de esta pequeña recopilación de Música Scotica, esa separación no estaba demasiado presente en la época que nos ocupa.

Ana Lombardía (Universidad de Salamanca)